De nuevo por la canaleta del autoboicot se fueron nuestras ilusiones. Desde que volvimos a esta categoría del orto que vivimos en una especie de eterno día de la marmota. Cuando parece que sí, que este año finalmente será, pisamos inocentes el casillero que nos devuelve al principio.
Y acá estamos, otra vez comiendo mierda, tragando veneno, puteando a los nuestros, a los ajenos, al cielo y a la gran puta suerte que nos esquiva como si fuéramos un repelente de alegrías. Haciéndole honor al nombre que los CEO’s de PEP aceptaron para esta columna, que un viejo sabio se preguntó alguna vez y que al día de hoy nadie supo responder.
Qué pecado cometimos los hinchas de Quilmes para tener que soportar cada temporada las más estúpidas actitudes en los más álgidos momentos. Con protagonistas variopintos que parecen pasarse la responsabilidad de cagarla año tras año. A veces son los dirigentes con sus 20 amigos de AFA (que a la luz de los resultados, tan amigos no parecen…); otras, algún salame que se cree picante por tirarle un petardo a un arquero del montón; y bastante seguido son los jugadores, que con la excusa de las revoluciones altas cometen los más imperdonables crímenes futbolísticos.
Es inevitable la tentación de concluir entonces que somos unos reverendos pelotudos. Del primero al último. Sin embargo, y aunque tan errado no estaríamos en dar por válida esa explicación a nuestra tragedia, sería holgazán de mi parte dar por terminado este texto así. E iría en contra de mis principios: detesto eso de armar una bolsa común para buenos, malos, mediocres, negligentes, impotentes, orgullosos y cobardes como si fueran todo lo mismo.
Maduremos con esto y silenciemos por un rato esa pulsión de gritar que «son una manga de hijos de putas». Teníamos un buen equipo con sus luces y sombras, sus virtudes y kryptonitas. De este fracaso -siempre será un fracaso no ascender porque no aceptamos bajar la vara- son todos responsables, pero algunos más responsables que otros.
Por eso, yo no quiero que se vayan todos. Que se vayan unos cuantos, ni hablar, pero que se queden los que comprenden que esto es Quilmes y no se puede regalar una final como lo hicieron varios en Mataderos.
«Perder era una opción, entregarse cuando todavía faltaban 45 minutos, no»
Es fútbol y a veces es choto, sí. En el Centenario los bailamos, nos faltó puntería y responsabilidad para entender que en cuartos de final de un Reducido los penales se patean fuerte (porque aunque nos encantaría que fueras Messi, no lo sos, Parisi). No merecíamos ir sin ventaja a jugar a su cancha pero tocaba hacerse cargo. Quizá, tampoco merecíamos que sin nada de nada nos embocaran en el segundo tiempo y el mundo se nos haga cuesta arriba. Pero también tocaba hacerse cargo.
Eso es lo imperdonable. Perder era una opción, entregarse cuando todavía faltaban 45 minutos, no. Y acá es cuando, como nunca, separo la paja del trigo. Porque es el momento en el que queda en evidencia quién estuvo a la altura de esta camiseta y quién no. Los que mal o bien no dejaron de intentar y los que se borraron, se regalaron o se cagaron.
No era hacerse el picante con los rivales adelante de los árbitros, arriesgándonos a una roja, por más o menos justa que haya sido. Entraron más fácil que Marty McFly cuando le dicen gallina. Y me importa un rabanito que estén enojados, no es un picado con amigos. Es la camiseta de Quilmes y no se defiende peleándote con el 4 genérico de Chicago. Si van a jugar en nuestro club, entiendan que somos más grandes que eso. Por eso, no es lo mismo Tévez que Moya; Adín que Allende; Ramírez que Luna (el mejor jugador del plantel hasta que las papas queman); etcétera, etcétera.
Y no pido la cabeza de nadie, pero sí pido cabeza para rearmar esto y que no nos vuelva a pasar que regalamos un semestre sin un 9 o quedamos rengos de centrales a mitad del torneo. Tengo clarísimo que es difícil porque hay que cuidar el mango y no hacer meisznerismo, pero que no se enoje nadie porque reclamamos y exigimos. Exigimos porque no tendríamos que estar donde estamos. Preocúpense si eso algún día deja de ocurrir. Ese día seremos un club diminuto más de los que habitan esta categoría. Ni en pedo.